Humanismo




Ah digo—, si es usted feliz...


¿Feliz? Su mirada es incómoda, ha levantado los párpados y me mira con semblante duro-. Usted podrá juzgarlo, señor. Antes de tomar esa decisión me sentía tan espantosamente solo que pensé en el suicidio. Lo que me contuvo fue la idea de que nadie absolutamente nadie se conmovería con mi muerte, que estaría aún más solo en la muerte que en la vida.

Se yergue, infla las mejillas.

Yo no estoy solo, señor. Nunca.

Ah, ¿conoce usted mucha gente? digo.

Sonríe y en seguida me doy cuenta de mi ingenuidad.

Quiero decir que ya no me siento solo. Pero naturalmente, señor, no es necesario que esté con alguien.

Sin embargo digo, en la filial socialista...

¡Ah! Conozco a todo el mundo. Pero a la mayoría sólo de nombre. Señor dice con aire travieso, ¿acaso está uno obligado a elegir sus compañeros de manera tan estrecha? Mis amigos son todos los hombres. Cuando voy a la oficina, por la mañana, delante, detrás de mí hay hombres que van a su trabajo. Los veo, si me atreviera les sonreiría, pienso que soy socialista, que todos ellos son el objeto de mi vida, de mis esfuerzos, y que todavía no lo saben. Es una fiesta para mí, señor.

Me interroga con la mirada; apruebo meneando la cabeza, pero siento que está un poco decepcionado, que quisiera más entusiasmo. ¿Qué puedo hacer? ¿Es culpa mía si en todo lo que me dice reconozco al pasar el plagio, la cita; si veo reaparecer, mientras él habla, a todos los humanistas que he conocido? ¡Ay, he conocido tantos! El humanista radical es particularmente amigo de los funcionarios. El humanista llamado "de izquierda" considera su principal cuidado velar por los valores humanos; no pertenece a ningún partido, porque no quiere traicionar lo humano, pero sus simpatías se inclinan a los humildes; a los humildes consagra su bella cultura clásica. En general es un viudo de hermosos ojos, siempre empañados de lágrimas; llora en los aniversarios. También quiere al gato, al perro, a todos los mamíferos superiores. El escritor comunista ama a los hombres después del segundo plan quinquenal; castiga porque ama. Púdico como todos los fuertes, sabe ocultar sus sentimientos, pero también, con una mirada, con una inflexión de voz, sabe insinuar tras sus rudas palabras de justiciero, una pasión áspera y dulce por sus hermanos. El humanista católico, el rezagado, el benjamín, habla de los hombres con aire maravillado. ¡Qué hermoso cuento de hadas, dice, la más humilde de las vidas, la de un docker londinense, la de una aparadora! Ha elegido el humanismo de los ángeles, largas novelas tristes y bellas que tienen con frecuencia el premio Fémina.

Éstos son los primeros grandes papeles. Pero hay otros, una nube: El filósofo humanista, que se inclina hacia sus camaradas como un hermano mayor, y que conoce sus responsabilidades; el humanista que ama a los hombres tal como son, el que los ama tal como deberían ser, el que quiere salvarlos con su consentimiento y el que los salvará a pesar de ellos, el que quiere crear mitos nuevos y el que se conforma con los antiguos, el que ama en el hombre su muerte, el que ama en el hombre su vida, el humanista jocundo, que siempre tiene una chanza, el humanista sombrío, que se encuentra de preferencia en los velatorios. Todos se odian entre sí, en tanto que individuos, naturalmente, no en tanto que hombres. Pero el Autodidacto lo ignora: los ha encerrado en sí mismo como gatos en una bolsa y se destrozan mutuamente sin que él lo advierta.


[La náusea]
Jean-Paul Sartre.

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